Cuando la fe migra: cuerpos queer y sexilio latinoamericano

“El exilio es una cabrona, mi vida”, decía Adela Vázquez, activista trans cubana exiliada en los Estados Unidos. Aquella frase, recogida en la novela gráfica Sexile de Jaime Cortez, nos recuerda que el destierro no es solo geográfico: es un desgarro íntimo. El sexilio —concepto que nombra los desplazamientos forzados de personas LGBTI+— es también la huida de violencias morales y espirituales, de comunidades que expulsan, vigilan y normativizan los cuerpos y afectos.

En América Latina y el Caribe, las religiones institucionalizadas, particularmente las de matriz cristiana, han sido agentes ambivalentes. Por un lado, operan como dispositivos de control que legitiman expulsiones simbólicas y materiales; pero por otro, contienen recursos que permiten resignificar el dolor y sostener la búsqueda de sentido. Para muchas personas sexiliadas, el tránsito no implica una ruptura absoluta con la espiritualidad, sino una oportunidad para reinventarla en clave disidente. En México —un país que no solo es lugar de destino sino también de atrapamiento y frontera— se manifiestan múltiples formas de exclusión que las personas sexiliadas deben enfrentar: xenofobia, transfobia, racismo y precarización. Aun así, en medio de esas adversidades, surgen narrativas de resistencia y resignificación espiritual.

Lilith, mujer trans hondureña, creció en un hogar pentecostal donde la oración era cotidiana, pero donde también sufrió violencia sexual por parte de un líder religioso cuando comenzó a expresar su identidad de género. En su trayecto migrante Lilith no abandonó la espiritualidad, sino que la transformó: en el albergue donde vive, hoy en día, conviven la Biblia y la Santa Muerte; sus oraciones mezclan alabanzas cristianas con veladoras y rezos a una deidad que la acompaña sin condenarla.

Ruth y Noemí, pareja de lesbianas colombianas, intentaron durante años vivir su amor y su fe en el contexto evangélico conservador de Bogotá. Su relación fue motivo de exilio:, pues sus familias y su iglesia las rechazaron. En México, lejos de esos entornos excluyentes pero no exentas de nuevos contextos hostiles, reconstruyen su vínculo espiritual, ya que juntas recrean rituales domésticos donde el arte y la oración se confunden, donde el culto es también memoria, resistencia y deseo.

Estos testimonios muestran que el sexilio no significa abandono de lo religioso, sino apertura a un proceso de resignificación. Durante el tránsito, las personas LGBTI+ migrantes no solo cruzan fronteras geográficas; transitan también entre sentidos, símbolos y lenguajes religiosos, desafiando las dicotomías entre lo puro y lo impuro, lo sagrado y lo abominable. Sus espiritualidades se vuelven móviles, experimentales. Algunxs transforman el culto en arte; otrxs levantan altares íntimos que combinan imágenes e iconos de procedencias diversas; otrxs simplemente preservan la plegaria como un acto cotidiano de refugio interior.

Es fundamental reconocer que México no es necesariamente un lugar de acogida plena. Si bien allí algunas personas encuentran espacios donde resignificar sus espiritualidades, lo hacen a pesar de las múltiples barreras y violencias que enfrentan. México es escenario de nuevas violencias estructurales, pero también de procesos creativos donde, desde los márgenes, las personas migrantes LGBTI+ producen formas propias de habitar lo espiritual.

Resignificar la espiritualidad en tránsito es un proceso complejo y profundamente político. No se trata únicamente de adaptar viejas creencias, sino de reconstruirlas desde cuerpos que han sido expulsados y que, sin embargo, persisten en la búsqueda de sentido. Para estas personas, habitar los márgenes con dignidad y deseo es ya un acto espiritual. Este texto quiere rendir homenaje a quienes, aun cargando los dolores del destierro, reinventan la fe y rehacen sus lazos con lo divino en el camino. A quienes hacen de los márgenes su hogar precario y del tránsito —frecuentemente hostil— su espacio de resistencia espiritual. El sexilio latinoamericano y caribeño es, también, un laboratorio de espiritualidades cuir: móviles, híbridas, irreverentes y profundamente humanas.

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